viernes, 12 de diciembre de 2008

CRONICA DE UN JOVEN SOLO por Adrián Bonilla

La prisión de Bautista
Dardo Nofal
Buenos Aires, Corregidor, 2001
Págs. 125


Cuando Gabriel —narrador de La prisión de Bautista— se queda solo y dubitativo en el umbral de su casa, pienso en ese pasaje de la Insoportable levedad del ser donde se afirma que: “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores”. Pero: ¿Quién puede asegurar que sólo se vive una vida mientras se avanza inexorablemente hacia la muerte? ¿Sabe Gabriel, a pesar de su juventud, qué debe querer habiendo vivido dos vidas y pudiendo compararlas? La historia de Gabriel —especie de crónica de la vida privada— es diferente. No es la de quienes quisieron —durante la década del setenta— tomar el cielo por asalto ni la de aquéllos que lo impidieron: es la Historia detrás de la Historia. El protagonismo no es ya de milicos y zurdos, sino de un joven que busca su identidad y su lugar en el mundo.
Cierto día, en pleno proceso, militares irrumpen en el céntrico domicilio de Gabriel. No se sabe del destino corrido por sus padres y su hermana; él, con apenas ocho años, escapa haciéndose depositario de una orfandad —en puntos suspensivos— y un exilio sin que medien su voluntad ni su consentimiento. En la huída Gabriel recala no sólo en los márgenes de la capital y la sociedad tucumanas, sino en las orillas de su propia existencia —hasta debe comprar la identidad de un tal Bautista inscripta en un documento extraviado—. Allí conoce y es contenido por doña Brígida y su hijo, el Quijada —futuro compañero de andanzas—. Tiempo después conocerá a un anciano —suerte de guía existencial— que, como él, también arriba a la villa como un desplazado más. Con los años, nuestro pequeño desterrado va alienándose: “Es como si estuviera casado con aquellos tiempos, que ya no me importan pero me persiguen, me controlan, no me dejan quedar en blanco, como si alguien los enviara a no dejarme en paz”. ¿Cree acaso que vivir sin recuerdos amortizará el precio de su soledad y sufrimiento? ¿Intenta convertirse en ese hombre sin memoria del que habla Milan Kundera? ¿Ése que está impedido para elegir a causa del olvido? Así, violentamente, comienza a vivir su segunda vida. Una segunda vida que, entre tantas otras, puede leerse como una anónima y heredada capitulación; especie de metástasis de la derrota que, sin oportunidad de redención, abreva gratuita e injustamente en el cáncer de los derrotados.
El escritor norteamericano Charles Bukowski decía que la verdadera vida fluía en los hospitales, los manicomios y las cárceles. Nofal agrega un fluido más —permítanme la metáfora— a tanta correntada: la villa de emergencia. Espacio propicio para poner en marcha una exhibición de obscenidades enmarcada en un “realismo sucio” made in Tucumán que muestra —entre otras cosas— los modismos propios del habla en la villa. Registro que convierte a la literatura de Nofal en “maldita”. El estilo coloquial del relato se contrapone a la idea del narrador conspicuo y atildado: el que narra nos hace olvidar que leemos. A decir verdad “escuchamos”. La contundencia del relato no admite dudas: Gabriel dice la verdad. Una verdad en primera persona cercana a la de esos actores improvisados de cine o teatro que sobresalen por su sola naturalidad.
Estimulado por las horas de charla con el anciano, Gabriel comenzará a plantearse la necesidad de una elección: ¿Debe regresar, después de tantos años, a buscar su otra vida? Cuando las dudas lo acorralan, recuerda las palabras del anciano: “No te culpes; no es fácil dejar de ser uno y empezar a ser otro, porque a uno lo hacen los demás casi como de fábrica, y al otro lo tiene que hacer uno. Entonces tenés que ir eligiendo”. ¿Será la elección de Gabriel la más ventajosa? ¿Encontrará lo que espera? ¿La vida que elegirá será mejor que la que lleva? ¿Qué consecuencias acarreará su elección? En Memorias del subsuelo, de Dostoievsky, el narrador afirma: “¿Pueden ustedes definir con precisión en que consiste la ventaja para el hombre? ¿Y qué me dicen si alguna vez la ventaja no sólo puede, sino debe, en algunos casos consistir en desear lo que no sólo es malo, sino tampoco ventajoso?”

No hay comentarios: